Para mí, una romántica empedernida, París siempre había sido la ciudad del amor. Para él, la antítesis del romanticismo, París era la ciudad de las luces.
No sé quién de los dos cambió de opinión después de ver París con nuestros propios ojos, o si alguno de los dos lo hizo. Lo que sí sé, es que París nos cambió.
Que sepan, que si algún día recorren las calles de París, encontraran un beso nuestro en cada esquina. No sabría decir si fui más feliz comiendo pizza en el Senna o escuchando The Scientis delante de la Torre Eiffel. Lo que sí sé, es que no dejamos de darnos la mano en todo el tiempo.
París fue un sueño. París fue arte, fue amor, fue luz.
Y ahora, hemos vuelto a casa y yo me sigo sintiendo en París.
Porque cariño, para mí, París eres tú.